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Mi mamá es celiaca

¿Cómo afrontar un cambio en la vida?

Esta es una historia que, como muchas, empieza con una crisis. Hace un par de años, mi mamá había pasado de consulta en consulta, de médico en médico, pues tenía una serie de síntomas que eran diagnosticados de forma diferente, sin obtener mejora alguna. Sin tener mayor conocimiento, pero en un intento de descubrir qué le pasaba, empezamos a pensar en las alergias o las resistencias alimentarias, hasta que finalmente —y casi por descarte— le detectaron una resistencia al gluten, presente en el trigo, la cebada y el centeno. Allí, empezó su verdadera crisis.

Mi madre siempre ha sido una amante del pan y las tortas. Para ella, la mejor golosina, involucraba necesariamente alguno de estos dos elementos; por eso, al enterarse que para detener los brotes en la piel y las molestias estomacales, tenía que suspender su alimento preferido, su reacción fue de angustia.

En nuestra cultura, la comida es parte fundamental de la vida. No solamente como una necesidad fisiológica, si no también como un rito cultural. Tomar té y panes variados con las amigas o comerse un pedazo de torta luego de un almuerzo en familia, son rituales que potencian los momentos de alegría con nuestros seres queridos. Por ello, pensar en privarse de un placer culinario, implica también restringir estos espacios de felicidad, pues el gluten es una proteína presente en un gran número de alimentos —pastas, tortas, pan, chocolates, helados, mermeladas, galletas, por citar algunos—.

El consumo de gluten es tan común en nuestra cotidianidad que no nos damos cuenta hasta que nos lo prohíben. A partir de ese momento, hay que ponerle atención al sitio al que vamos a comer: si es de comida italiana, ojalá haya carne o verduras; si es una pastelería, entonces mejor no ir porque no se puede comer nada, si es un café donde una amiga, la anfitriona se ve en apuros porque pan y pasteles no se consumen. El celiaco sufre porque extraña los alimentos que han estado siempre en su dieta y sufre porque siente que incomoda al resto.

Con ese panorama ante mis ojos, mi reto como cocinera, fue el devolverle a mi mamá la posibilidad de saborear lo que más le gustaba.

El primer contacto que tuve con todo lo relacionado a los celiacos fue en Argentina, en donde estudié Cocina. Allí conocí a mucha gente con esta intolerancia, que hasta ese momento había sido ajena a mi, por eso cuando mi mamá fue diagnosticada, yo empecé una travesía para encontrar una receta que permita preparar pan y tortas de buena calidad.

El primer reto fue encontrar un componente que permita ofrecer la estructura que provee esta proteína. Realicé mas de un centenar de pruebas y de a poco —a fuerza de prueba y error—, fui descubriendo los secretos que esconden los productos libres de gluten.

Documentando paso por paso cada prueba realizada y tras un largo proceso, conseguí encontrar la textura que buscaba para la mayoría de productos. Mi madre, y otras personas celiacas y no celiacas fueron probando las mezclas; desde las primeras —que no salían perfectas— hasta las finales, que iban quedando mejor, con un sabor consistente y una estructura adecuada.

En el camino, me encontré con muchas personas que me pedían que les prepare tortas o pan sin gluten. De a poco, he ido conociendo gente que no puede —o no quiere— consumir esa proteína, y que había estado buscando una alternativa con buen sabor y buena pinta. Con sus aportes, mis productos han ido mejorando hasta convertirse en lo que hoy es Lolita.

Para mi, uno de los mayores placeres de la vida es disfrutar de la buena comida y quizás por eso no concibo la posibilidad de que a alguien le impidan saborear lo que más le gusta. El reto, para mi, fue devolverle a mi mamá el gusto de comer un delicioso pan con queso derretido o una torta esponjosa de frutas, sin que eso afecte su salud. Sé, que como ella, hay muchas otras personas que han padecido por una restricción alimentaria y mi mayor satisfacción es que ellos puedan volver a comer aquello que les estaba negado.

Así quedó finalmente el Cupcake Fiesta

El cambio que experimentó mi mamá en su alimentación cuando le diagnosticaron celiaquía, fue duro para ella y para nosotros, como familia. Sin embargo, como en toda situación, lo que hizo falta fue darle un giro al panorama, mirar con curiosidad las nuevas posibilidades, para dejar atrás un mundo conocido, y darle la bienvenida a uno nuevo. Esta fue la excusa perfecta para mi, para desarrollar mi ingenio y mis conocimientos como cocinera; para mi madre, para abrirse ante la posibilidad de un nuevo tipo de alimentación; y para mi familia, la opción de generar un negocio en un mercado inexistente, pues no se trata solo de ofrecer un producto, si no de devolverle a la gente la alegría de saborear algo rico.

La lección que nos queda a todos: los cambios, todo tipos de cambios, siempre serán una ventana abierta para redescubrir el mundo.

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